DESPIDO

El Sr. no ha querido comer, sus corbatas le siguen en perfecto orden a su depresión de funcionario –solo así puede definirse-. Su máquina de escribir es como una tumba humana mostrando sus íntimos nervios de tecla. Y juntos pasean en una complicidad graciosa como atormentados por una cercana huelga. Solitarios y obsoletos reyes de oficio y de relojes, esclavos y esclavistas de la cita, de la gorda recepcionista estúpida y su suave éter de barata etiqueta que nos asfixia. Déjame mojar tu sello en el buro de la casa y hundir mis manos en tu miserable labor, como en una bóveda de lodo fresco. Veras mas ahora, que luego como tu dolor de hora culmina.

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